En Colombia: pagamos mientras nos apagamos
El alto costo de las tarifas de energía se ha convertido en una queja unísona que afecta a las familias de la Costa Caribe.
Durante meses viene creciendo una queja unísona que afecta a las familias de la Costa Caribe y es el alto costo de las tarifas de energía. Con preocupación alertan que se ha dado un aumento escandaloso y que no corresponde a la realidad del servicio.
El DANE en su informe de Índice de Precio al Consumidor del mes de agosto de 2022 explica que la variación anual del IPC de los servicios de energía para agosto de 2022 fue del 25,9% frente al mismo periodo del año anterior. No obstante, hay 8 ciudades que registran variaciones superiores a ese valor, entre ellas encontramos: Santa Marta con un alza del 49,9%, Riohacha (47,1%), Barranquilla (44,4%), Sincelejo (40,7%), Valledupar (40,4%) y Montería con un (40.4%).
Solo para precisar, por medio de las resoluciones 010 del 30 de enero de 2020 y 078 del 234 de junio de 2022, la Comisión de Regulación de Energía y Gas autorizó a las empresas Afinia y Air-e aumentar las tarifas a cobrar, así como también a realizar un cobro retroactivo por perdida de energía, por lo cual tendrá la CREG que explicar en gran medida esos aumentos en la tarifa.
Sin embargo, si en la costa llueve, en el resto del país no escampa. Las quejas en los demás departamentos no se hacen esperar. Los habitantes de la capital y sus alrededores (en general todo el departamento de Cundinamarca) afirman que su servicio incrementó hasta en COP $50.000 sin justificación alguna. La empresa Enel Colombia, encargada del suministro de energía en el departamento, explica que se debe al aumento del precio del kilovatio que se encuentra muy atado al fenómeno inflacionario y al levantamiento de las medidas de alivio financiero durante la pandemia.
Por su parte, en Norte de Santander surge la misma preocupación y cuestionan la gestión adelantada por la empresa de energía CENS EPM, así como piden una explicación frente al pago del kWh en $ 777,3 pesos.
Para lograr dimensionar el alza de las tarifas es necesario entender el valor de la factura que recibe el usuario o costo unitario que incluye los siguientes componentes: Generación (G) que hace referencia a la producción de la energía, Distribución (D) es el costo de distribuir energía desde los sitios de entrada a las regiones hasta el domicilio del usuario final, el de la Transmisión (T) refiere el costo de transportar energía desde los sitios de producción hasta la entrada a las regiones o sitios de gran consumo el de la Comercialización (C) que se traduce en la compra y venta de la energía al usuario final (cabe precisar que esta figura no existe en ningún otro país, fue creada únicamente para Colombia), el de las Pérdidas Reconocidas (P) que es el costo de la energía que normalmente se pierde en los sistemas eficientes de producción y transporte, y el de las Restricciones (R) que fue exigido posteriormente y son costos de la energía que el sistema eléctrico requirió para operar de manera segura o por las limitaciones de su red. Lo que resulta inquietante de esta formulación es que el aumento excesivo se ha dado no sobre la Generación porque tal como lo dijo el Presidente Petro, los embalses están llenos para garantizar la misma, sino por el contrario sobre la Distribución y Comercialización, y peor aún sobre las Restricciones, las cuales han aumentado hasta en un 60% en menos de un año.
Genera mucha suspicacia que actualmente el Grupo EPM tiene aproximadamente el 34% del mercado de la energía en Colombia (incluyendo sus filiales Afinia – CENS) y no se haya pronunciado para explicar el escandaloso aumento por concepto de Distribución y Comercialización, valores que le atañen directamente.
En conclusión, el alza en las tarifas es una problemática de talla nacional y ese aumento se traduce en un sector productivo mucho más costoso, que debe buscar diferentes herramientas para abaratar sus costos o en su defecto trasladar ese sobrecosto en la última etapa de la cadena productiva lo que termina encareciendo los productos y servicios finales y, peor aun limitando la competitividad de las empresas. Es decir, se encarece el estilo de vida para todos los habitantes de la costa atlántica del país, y afecta enmayor medida a los más vulnerables. Actualmente, los estratos más bajos de la costa atlántica pagan hasta 2.5 veces más de lo que se asume por el mismo servicio en la capital. Como consecuencia de lo anterior, los altos costos derivaran en impagos por parte de los empresarios y/o emprendedores y residentes en general, o en peor medida, en el robo del servicio, problemática que han intentado por años atacar. De igual forma si nos volcamos hacia los hogares colombianos, la situación empeora, encontramos bolsillos asfixiados, una inflación insostenible que impacta de forma directa el precio de los alimentos, de los servicios públicos y en general la calidad de vida de cada familia, agregándole una reforma tributaria que pretende socavar aún más su maltrecha economía.
Es por esto que, a nivel nacional, los alcaldes y gobernadores han prendido las alarmas y han pedido al Gobierno Central en cabeza del Ministerio de Minas y Energía; a la Comisión de Regulación de Energía y Gas (Creg) y a la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios tomar las medidas necesarias en aras de controlar el alza de los precios ya que impacta en todos los niveles al bolsillo de los colombianos.
Es tan disiente la problemática mencionada anteriormente que el Presidente Gustavo Petro pidió al ministerio de Minas así como a las autoridades del sector energético esclarecer dicho aumento, pues existe el sinsabor que los responsables se quieren lavar las manos con razones y causas exógenas aprovechando temas como la guerra entre Rusia y Ucrania, o la nueva normalidad de aceptar que vivir con lo básico se ha convertido en un lujo.
Cualquiera que sea la razón, urge una respuesta pronta, porque somos muchos los que estamos cansados de vivir en un país donde todo y nada pasa, mientras se sigue cultivando el hastío hacia nuestras instituciones y dirigentes. Así como el sentimiento de eterna indignación y de pánico cada vez que llega el tan temible recibo de la luz. ¿Será que tendremos que volver a la época de iluminar nuestros hogares con velas?
Por Grace Noguera